"En toda existencia hay un apogeo, una época durante la cual las causas actúan y mantienen una relación cabal con los resultados. Ese mediodÃa de la vida, en que las fuerzas vivas se equilibran y acontecen con todo su esplendor, no sólo se da en todos los seres orgánicos, sino también en las ciudades, las naciones, las ideas, las instituciones, los comercios y las empresas que, de la misma forma que las razas nobles y las dinastÃas, nacen, suben y caen.
¿De dónde procede la rigurosidad con que este tema del crecimiento y la mengua afecta a cuanto se organiza en este mundo? Pues la propia muerte tiene, en tiempos de plaga, progreso, decrecimiento, recrudescencia y sueño. Incluso este globo nuestro es quizá un cohete algo más duradero que los demás. La Historia, al referir las causas de la grandeza y la decadencia de todo cuanto aquà abajo existió, podrÃa avisar al hombre del momento en que debe detener el juego de todas sus facultades; pero ni los conquistadores, ni los actores, ni las mujeres, ni los autores escuchan su salutÃfera voz.
César Birotteau, que debÃa considerarse en el apogeo de su buena suerte, interpretaba esa etapa de inmovilidad como un nuevo punto de partida. No estaba enterado de nada de esto; por lo demás, ni las naciones ni los reyes han intentado escribir en caracteres indelebles el motivo de esos vuelcos de que está preñada la Historia y de los que tan notables ejemplos brindan tantas cosas soberanas o comerciales. ¿Por qué no habrá pirámides nuevas que recuerden incesantemente el siguiente principio, que debe regir la polÃtica de las naciones tanto como la de los particulares: Cuando el efecto producido no tiene ya ni relación directa no proporcionalidad pareja con su causa, comienza la desorganización? Pero monumentos de ésos los hay por doquier: se trata de las tradiciones y de las piedras que nos hablan del pasado, que carta de ciudadanÃa a los caprichos del indomeñable Destino, cuya mano nos borra los sueños, que nos demuestran que los acontecimientos de mayor envergadura se resumen en una idea. Troya y Napoleón no son sino poemas.
Ojalá esta historia sea el poema de las vicisitudes burguesas de las que no se acordó ninguna voz, porque parecÃan totalmente desprovistas de grandeza, mientras que, por eso mismo, son desmedidas; no se trata ya aquà de un único hombre, sino de todo un pueblo de pesares".